miércoles, 28 de noviembre de 2012

Rosas, esperanza y días inexistentes



La avenida estaba invadida por el tráfico. Saturada de automóviles y peatones; ejecutivos, estudiantes, profesores, trabajadores, gente…
Los muros de la línea norte mostraban las secuelas de pequeñas conspiraciones, de revoluciones perseverantes que con el paso de los años no han conseguido la mayoría de sus objetivos. La idea romántica de la revolución en la universidad pública…
En la acera póstuma a los muros de la revolución, los transeúntes evadían las ofertas del símbolo de la conmemoración del día; flores. Rosas. Desde mil pesos. El día de la mujer…
11:00 a.m. del 8 de marzo, día internacional de la mujer, celebración de la desinformación histórica. En la calle 72 entre carreras 13 y 11, frente a la Universidad Pedagógica, María Helena Moreno y María Rojas aprovechan la conmemoración de la fecha para realizar uno de sus mejores negocios del año, la venta de flores.
María Helena Moreno reside en el 20 de julio, ya cumplió su primera mitad de siglo, pero su rostro revela un poco más; las secuelas de una vida en el cuento del rebusque.
No es su primera vez vendiendo flores, ya hace un tiempo que lo hace para dicha fecha y algunas similares. También ha trabajado como vendedora de revistas y artículos para el hogar, de no hacerlo, no tendría como pagar arriendo y sostener el diario y estudio de sus tres hijos, todos menores de edad.
“ellos me colaboran mucho, les gusta trabajar y cuando pueden lo hacen, pero están en el colegio”, dice mientras empaca en un plástico una rosa roja con curiosas hojas amarillas.
María Rojas vive en Lucero Bajo, se reparte los gastos de la casa con su marido y sus hijas mayores, que ya la han hecho abuela. Todos los mayores en su casa se emplean por menos de un mínimo, y otros, como ella, no cuentan con un salario estable.
Dice que ha vendido flores en fechas especiales por todo Bogotá; en el centro, en el sur y algunas veces en el norte. Tiene 57 años y no sabe lo que es recibir una pensión, en ocasiones ya debe quedarse en casa porque “ya no está pa’ tantos trotes”.
Tanto María como María Helena llegaron al punto de trabajo a las 6:00 a.m.,  ninguna conoce el origen del “festejo” y creen que las rosas dicen más que las palabras en esta clase de homenajes. A ambas las emociona la idea de que exista un día para su género, así deban madrugar a trabajar, deban correr para salvar su inversión, deban someterse al frio y la humedad de las tarde-noches de una ciudad gris, más gris que la niebla. Tanto en común a unos 40 metros de distancia.
La jornada de trabajo para ambas mujeres debería terminar cuando se vendiera la última flor, sin embargo el ideal de los revolucionarios de  revivir la memoria de aquel 8 de marzo de 1908 en Nueva York, donde la industria textilera Cotton U.S.A. frente a los gritos de protesta de 146 mujeres obreras, respondió con fuego hasta incinerarlas por completo. Terminó antes de lo previsto con su pacifico día. Una vez más la fuerza pública recurría a la violencia para que la revolución respondiera de la misma manera.
 Sin embargo, frente a los días difíciles, largas jornadas de trabajo y la necesidad de  oportunidad; para María Helena  “debería ser todos los días el homenaje que se le hace a las mujeres”.

Fuentes:
María Helena Moreno (vendedora de flores).
María Rojas (vendedora de flores).
             
Fotografía: David Felipe Aponte C.

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